El amianto se llamaba el mineral mágico, por su resistencia al fuego y su suavidad. Se utilizó para construir edificios y para numerosos objetos de uso cotidiano. Desde un principio, ya en 1898 se sabía que era perjudicial, pero en un principio fue solo en el ámbito laboral y eso no detuvo su producción y utilización. La primera gran alarma fue en 1955 cuando se empezó a relacionar con el cáncer de pulmón para los trabajadores y más tarde cuando se habló de un nuevo tipo de cáncer, amiantosis, relacionado con la exposición breve al amianto, lo cual ponía en riesgo a los usuarios. Legalmente se cubrían con ciertos avisos, pero seguían comercializándolo con una publicidad de seguridad. En los años 70 se pasó a retirar el amianto cuando ya era muy tarde para muchos, y en los 80 pasó a prohibirse en casi todos los países, y en 2005 está totalmente prohibido, salvo en el tercer mundo. Pero si 100 años antes ya se lo puso el calificativo de polvo diabólico, entonces, más que el precio del progreso parece que es la obsesión compulsiva por el progreso, a costa de la salud.